La afirmación “Dios existe” ha sido un pilar central en múltiples culturas y religiones desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, también existe una extensa tradición de pensamiento crítico que cuestiona la existencia de un Ser Supremo. En este artículo periodístico, expondré los motivos que me llevan a no creer en Dios: razones basadas en la observación empírica, la falta de pruebas concluyentes, el problema del mal y el sufrimiento, además de consideraciones culturales y filosóficas.
Lejos de pretender agotar el debate, mi objetivo es aportar una perspectiva razonada y lógica que ayude a entender por qué muchos individuos se identifican como ateos o agnósticos. La ausencia de creencia en Dios no anula la posibilidad de construir una visión ética, ni impide que encontremos sentido a la vida a través de valores humanistas y la búsqueda de conocimiento.
El problema de la evidencia
Una de las principales razones para rechazar la existencia de Dios es la ausencia de evidencia empírica sólida que avale su realidad. Si bien no se puede probar “la inexistencia” de algo de forma absoluta, la carga de la prueba suele corresponder a quien afirma una existencia. En este sentido, filósofos como Bertrand Russell criticaron la idea de creer en entes invisibles sin respaldo observacional, comparándolo con la famosa “tetera de Russell”: la imposibilidad de probar que no existe una tetera orbitando alrededor del Sol no justifica creer que está allí.
La ciencia moderna, basada en la experimentación y la reproducibilidad, ha arrojado luz sobre fenómenos que antes se atribuían a lo divino. Terremotos, eclipses, enfermedades y otros sucesos naturales son hoy explicables sin apelar a entidades sobrenaturales. Para quienes no creen en Dios, este avance del conocimiento científico socava la necesidad de postular una figura divina para llenar vacíos explicativos.
El problema del mal y el sufrimiento
Posiblemente, el argumento más antiguo y poderoso contra la existencia de un Dios omnipotente, omnisciente y bondadoso sea el problema del mal. En el mundo, existe un nivel de sufrimiento que abarca guerras, catástrofes naturales, pandemias y todo tipo de injusticias. La pregunta que surge es: ¿cómo reconciliar esa cantidad de dolor con la existencia de un Dios amoroso?
Los teólogos han respondido con distintas aproximaciones —entre ellas, el concepto de libre albedrío—, señalando que gran parte del sufrimiento es consecuencia de las malas decisiones humanas. Sin embargo, esto no resuelve el problema de los desastres naturales o enfermedades que afectan a personas inocentes, o incluso niños. Para muchos escépticos, el grado de sufrimiento en el mundo no concuerda con la idea de un Dios que intervenga o se preocupe activamente por sus criaturas.
Diversidad de creencias y relativismo cultural
Un elemento que lleva a cuestionar la existencia de Dios es la gran variedad de religiones y deidades a lo largo de la historia. Los seres humanos hemos adorado panteones enteros (en las mitologías griega, romana o egipcia), así como dioses únicos (en las religiones abrahámicas) o múltiples dioses encarnados (como en la tradición hindú).
La antropología y la sociología señalan que las creencias religiosas suelen tener raíces profundas en la cultura donde se desarrollan. Esto sugiere que la fe en un dios específico depende más del contexto sociocultural que de una verdad universal. Si naces en un país mayoritariamente musulmán, es más probable que adoptes el islam; si naces en una región católica, es probable que te identifiques como católico. Para un no creyente, este relativismo cultural indica que la figura de Dios —o dioses— podría ser una construcción humana que responde a la necesidad de explicar lo inexplicable o de cohesionar comunidades.
Autonomía moral sin religión
Otro punto que refuerza mi falta de creencia en Dios es la convicción de que la moral puede existir sin religión. Filósofos como Jean-Paul Sartre, desde el existencialismo ateo, sostuvieron que el ser humano encuentra sus propios valores en la libertad absoluta, sin tener que remitirlos a una ley divina. De hecho, sociedades mayoritariamente laicas, como algunas del norte de Europa, presentan altos índices de bienestar social y bajos niveles de criminalidad, lo que sugiere que la moralidad no depende de la creencia religiosa.
La evolución de la conciencia ética puede explicarse, en parte, por factores biológicos y sociales. El altruismo y la cooperación benefician la supervivencia de la especie, y la empatía es un rasgo evolutivo que fortalece la cohesión del grupo. Estas bases naturales se pueden desarrollar en códigos civiles y leyes que regulan el comportamiento, sin apelar a lo divino. Así, se demuestra que la ausencia de creencia en Dios no conlleva un vacío moral, sino que puede alentar un sentido de responsabilidad fundado en la razón y la compasión.
Ciencia y visión naturalista del universo
La cosmología, la biología evolutiva y la física cuántica han expandido nuestra comprensión del universo de manera asombrosa. A través de teorías como el Big Bang y la evolución de las especies (propuesta por Charles Darwin), hemos hallado explicaciones naturales para el origen del cosmos y la diversidad de la vida.
Si bien aún hay incógnitas abiertas, como la naturaleza exacta de la materia oscura, la energía oscura o la causa primera de la singularidad inicial, muchos ateos y agnósticos consideran más coherente suspender el juicio o continuar investigando sin introducir un ser divino como respuesta inmediata. Esta posición parte de la idea de que la ciencia, a lo largo del tiempo, va completando lagunas que antes se interpretaban como acción divina (lo que se conoce como la “falacia del Dios de los huecos”).
Posible explicación psicológica de la fe
Otra línea de pensamiento que cuestiona la existencia de Dios se basa en la psicología y neurociencia de la religión. Estudios del cerebro humano muestran que ciertas áreas se activan durante experiencias místicas o espirituales. Investigadores como Pascal Boyer o Andy Thomson proponen que la creencia en seres sobrenaturales podría ser un subproducto de mecanismos cognitivos que evolucionaron para detectar patrones y agentes en nuestro entorno (útil en la supervivencia).
Por ende, para un escéptico, la presencia de lo religioso en todas las culturas no es prueba de un Ser Superior, sino la consecuencia natural de un cerebro que busca explicaciones y seguridad frente a la incertidumbre. La necesidad de propósito y protección habría facilitado la adopción de narrativas divinas. Así, la fe sería comprensible desde un punto de vista antropológico, pero no confirmaría la existencia objetiva de una deidad.
Conclusiones sobre “Por qué no podemos creer en Dios”
Mi postura como no creyente no surge de una simple negación irracional, sino de la ausencia de evidencias convincentes, la constatación del sufrimiento en el mundo y la observación de cómo la fe a menudo responde a factores culturales y psicológicos. Asimismo, la visión naturalista de la realidad, apoyada en explicaciones científicas, me resulta suficiente para dar cuenta del universo y su complejidad sin introducir un ente sobrenatural.
Para muchos ateos, vivir sin Dios no implica la falta de sentido, sino la oportunidad de forjar sus propios valores y propósito. La ética, la solidaridad y la búsqueda de la verdad pueden florecer sin la necesidad de una figura divina. Esta postura, aunque escéptica, no pretende negar la profundidad de la experiencia religiosa de otros, sino enfatizar la importancia de la evidencia, la libertad de pensamiento y la responsabilidad de construir un mundo mejor a partir de la razón y la compasión.
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